José Augusto Cadena, actual dirigente del Cúcuta Deportivo, es un relato repetitivo de promesas rotas y desengaños.
En julio de 2012 las calles se inundaban de rojo y negro, parecían brasas ardiendo bajo un sol inclemente de aproximadamente 32 a 34 grados centígrados. Una multitud avanzaba en una marcha inconscientemente coordinada. Era la sincronización perfecta de domingos tras domingos llenos de fútbol en la ciudad, y la muestra inequívoca de una pasión creciente para un niño que, a sus siete años, observaba todo esto a través de la ventana de su casa, ubicada a unas cuantas cuadras del General Santander, aquel estadio que recibía al ‘Doblemente Glorioso’ Cúcuta Deportivo.
Ese niño nunca imaginó que algún día esa gloria se desvanecería bajo el encadenamiento de un embustero que tuvo al equipo por ocho temporadas en la segunda división con problemas constantes con la hinchada, líos con la alcaldía municipal e inclusive la desaparación por año y medio del club debido a la liquidación realizada por la Superintendencia de Sociedades la desaparición por año y medio del club debido a la liquidación realizada por la Superintendencia de Sociedades ante la falta de pagos a sus jugadores en diciembre de 2020.
José Augusto Cadena, es este bumangués, de 47 años, abogado de la Universidad de La Sabana y uno de los directivos más jóvenes del fútbol local.
“Siempre creemos que este año sí será”, ha comentado William Villamizar, gobernador de Norte de Santander mediante una nota de radio a NotiFrontera, “…pero las cosas no se dan, aun enviándole mensajes al profesor Cadena sobre nuestro interés de ayudar al equipo”.
El panorama parece desalentador ante el compromiso de respetar la autonomía de las empresas privadas, y al representante de casi el 80% de las acciones del club. Al parecer, no ha sido suficiente trasladar al equipo en dos ocasiones a otras tierras lejanas, nada más ni nada menos que la cancha Héctor ‘el Zipa’ González en Zipaquirá, la capital de la sal en Colombia, en 2016 y 2020, debido a problemas inclusive con la prestación del estadio para sus juegos.
Estas decisiones privaron al equipo de brillar en la pelea por el ascenso y los títulos. Inclinando la balanza contra la digna representación de una región apasionada por el deporte que presenció la hazaña gloriosa del campeonato de 2006, cuando el equipo recién había ascendido. Además de la gran participación a nivel internacional en la Copa Libertadores del 2007, enfrentando en semifinales al Boca de Juan Román Riquelme. Aquellas noches sí brindaron satisfacción.
La desesperación de una región entera, donde el fútbol es una herencia que ha sido despojada y relegada por la gestión de un hombre cuyo interés parece estar lejos del bienestar del equipo y su hinchada. La misma que, en su frustración, ha decidido abandonar el aliento que alguna vez dirigió hacia el equipo, viendo cómo los millones de pesos que debieron haber sostenido a jugadores y establecimientos del club, dejaron de llegar para enriquecer a quien permitió que el reconocimiento de un club histórico se desmoronara, llevándolo a las cenizas.
Sus andanzas en el fútbol local comenzaron de manera inesperada cuando, a los 28 años, adquirió la propiedad del Atlético Bucaramanga. Este movimiento llamó la atención del entonces gobernador de Santander, Hugo Aguilar, quien brindó su apoyo económico al flamante dueño del equipo ‘leopardo’.
Una decisión que pronto se empezó a cuestionar, pues, a pesar de este respaldo, el equipo cayó rápidamente en la decadencia, desencadenando una serie de problemas financieros y legales. Entre estos líos se destaparon el despido de varios jugadores sin indemnización, pagos de seguridad social pendientes, y hasta el bus del equipo tuvo que ser vendido.
Esta situación se repitió después, en julio del 2012, con detalles muy similares a su experiencia más cercana, esta vez con Patriotas FC, excusando una crisis financiera por una estructura económica que “no era su culpa”, y vendiendo tiempo después su participación en el equipo tunjano.
Y pensar que la Dimayor, el ente encargado de supervisar todas las actividades financieras y legales de los clubes de fútbol ha estado dispuesta a respaldar a uno de los directivos más polémicos de las últimas décadas. José Augusto Cadena ha cosechado fracaso tras fracaso, dejando al borde de la ruina a tres equipos de fútbol.
Algo que, en la actualidad, no se permitió el club chileno Huachipato cuando recibieron una oferta formal de compra del club por parte del empresario santandereano a principios del presente año. Las advertencias por su reputación fueron el motivo por el cual los directivos del cuadro chileno decidieron bajarle la emoción al negocio, a pesar de los numerosos ceros en la oferta. No obstante, en el negocio del balompié colombiano, Cadena sigue encontrando espacios para continuar su accionar.
Incluso, Fernando Jaramillo, presidente de la entidad, aseguró en 2021 que Cadena seguiría al frente del Cúcuta Deportivo, solo que ahora bajo las sombras del nuevo representante del equipo, Eduardo Silva Meluk. Ironías del destino, pues Silva Meluk ya ha dejado al club ‘motilón’ a la deriva, al asumir recientemente el cargo de director del Inder en Medellín.
La División Mayor del Fútbol Colombiano ha demostrado permisividad ante las situaciones que han llevado a equipos históricos y apasionadas aficiones a los bordes de la ruina. Cada vez salen más directivos cuestionables de los clubes con apoyos directos que aparecen por «arte de magia», a pesar de las malas gestiones, como la de José Augusto Cadena.
La eficacia de estos mecanismos necesita con urgencia una revisión profunda. Se requieren nuevas políticas de gobernanza en el fútbol colombiano que garanticen la transparencia y la responsabilidad en la gestión de los clubes.
De no implementarse estos cambios, es posible que la «Noble, Leal y Valerosa» Cúcuta contemple cómo su equipo se desmorona, víctima de una gestión que de noble tiene poco, de leal nada, y cuyo único valor parece ser el de las acciones en venta.
¡Que triste centenario está viviendo el Cúcuta Deportivo! La hinchada no merece tener esas Cadenas que la atan al infierno de la B.