Al equipo nacional le ha costado el cierre de varios partidos decisivos, en la rama masculina y femenina.
La Selección Colombia, tanto en su rama masculina como femenina, despierta amores y odios entre propios y extraños. Siempre ha existido una dualidad entre el apoyo incondicional y la crítica constante. Sin embargo, hay un fenómeno que atraviesa todas las categorías de la Federación Colombiana de Fútbol: la incapacidad de cerrar los partidos decisivos.
Hoy por hoy, la imagen del combinado tricolor no es la mejor. Los resultados recientes no han sido favorables, y lo curioso es que no se deben a una inferioridad total frente al rival, sino a fallos puntuales en momentos clave que terminan arruinando todo el trabajo hecho.

Ahí están los ejemplos: el empate de último minuto de España (F) ante Colombia (F) en los Juegos Olímpicos y la posterior eliminación por penales; la agónica victoria de Argentina en la final de la Copa América; las derrotas ante Uruguay y Brasil sobre la hora en fechas eliminatorias; y la más reciente, el empate ante Brasil y caída en penales en la final del Sudamericano Sub-17, siendo locales.
¿Mala suerte? Eso es para mediocres. ¿Falta de experiencia? Una excusa repetida. La verdadera razón es más profunda: falta de carácter. Ese elemento intangible pero determinante escasea en la Selección Colombia, que ante equipos de peso, se desinfla sin darlo todo.
La ausencia de carácter ha generado una jerarquía internacional casi nula, y lo más preocupante es que este patrón parece heredarse generación tras generación, con pocas excepciones. Esto solo aumenta la frustración de los hinchas y alimenta el discurso de los detractores.
La realidad es simple: Colombia sigue sin lograr triunfos oficiales, mientras el público se decepciona más con cada intento fallido (al menos hasta el próximo partido eliminatorio). Por ahora, nos queda seguir repitiendo la frase favorita de la Federación Colombiana de Fútbol: ¡Gracias, guerrer@s!